Gernika

Una propuesta artística radical sobre la obra más emblemática de nuestra pintura contemporánea. ¿Por qué unas artes son digitales y otras no?




Vitoria, a tantos de tantos

Ilmo. Sr. Ministro de Cultura

Casa de las Siete Chimeneas

Plaza del Rey s/n

Madrid

Estimado Señor:

Me animo a escribirle en un pronto que aprovecho para redactar a vuelapluma una sugerencia largo tiempo meditada. Mi intención no es otra que la de ser en cualquier caso una ayuda para usted, por lo que va por delante mi más sincero propósito de fidelidad y entrega leal.

 Pues bien. Le imagino al corriente de las últimas tendencias culturales, estéticas y tecnológicas, por lo que no repararé en exceso en ellas. Tan sólo lo necesario para subrayar una serie de ideas que considero ajustadas a la realidad que vivimos, y que tienen que ver con la acción que me atrevo a sugerirle.

 Es bien sabido que la digitalización es un proceso técnico que avanza a pasos agigantados en nuestros días, hasta el punto de que los principales productos de la industria cultural son todos ellos originales, en tanto en cuanto son copias idénticas entre sí; me refiero sobre todo a las obras musicales de la actualidad, y muy pronto también las cinematográficas, fotográficas y literarias. Los grandes creadores de la actualidad trabajan directamente en bits, quedando los viles átomos como entrañables piezas de museo o coleccionismo fetichista.

 Los grandes conjuntos de música popular masivos escriben y graban sus temas en pistas informáticas, las películas más taquilleras tienen un altísimo componente (cuando no la totalidad) de infografía, y los escritores de mayor éxito escriben sus novelas en procesadores de texto de ordenadores portátiles. También los arquitectos plantean sus brillantes edificios con ayuda digital, y los escultores posmodernos, auténticos ingenieros, moldean informáticamente sus mastodónticos diseños, cuya realización encargan después a fábricas especializadas, por lo que dos ciudades alejadas podrían compartir perfectamente una misma creación monumental.

 Por otra parte, si consideramos que uno de los propósitos artísticos ha sido siempre la autoconservación y perdurabilidad de la experiencia, la vida, el artista y su obra, habremos de concluir que la digitalización permite un paso insuperable a la inmortalidad, dada la continua e infinita posibilidad de reproducción de la obra y, con ella, del artista, que abandona su finitud y labilidad real para conseguir la inmortalidad virtual de un demiurgo.

 El homo faber ha pasado a ser homo digitalis también en el terreno del arte. Un ámbito que parecía en principio ser el menos intuitivo para tales invasiones porque casi siempre se ha tenido del mismo una conceptualización artesana y manufacturera. Sólo hay una modalidad que parece atrincherarse frente a este cambio de paradigma: la única en la que el artista todavía se enfanga y toca sus creaciones, que permanecen únicas y originales. Hablo, naturalmente, de la pintura.

 Junto a este fenómeno irrefrenable, también sucede la mitificación del nombre. La firma del creador es el correlato artístico del prestigio de la marca en el mundo de los negocios y el comercio. La credibilidad y el nombre son muchas veces los valores más importantes de una compañía y de un artista, lo que hace que obras y productos alcancen precios desorbitados sólo por provenir supuestamente de tales o cuales denominaciones.

 En esta misma línea vemos como acaece asimismo el ensalzamiento mistérico de lo cultural original. Las peregrinaciones ya no son a Roma o Santiago, sino a grandes exposiciones y museos faraónicos; el culto no se rinde a santos en Iglesias, sino a escritores que firman ejemplares en ferias de libros y grandes almacenes; la nueva liturgia juvenil consiste en misas de altavoces y decibelios de grandes conciertos.

 Por último, hay un toque mágico y religioso. La firma del ídolo en un papel es una reliquia a conservar por siempre, y no digamos cuando se consigue la fotografía en común. Las ciudades pujan por plazas y edificios señeros firmados por gurús de la arquitectura, los músicos se llevan en pechos y carpetas como señal de identidad como antes se llevaban cruces, y comparecencias de artistas son seguidas de forma universal por sus devotos gracias a los medios de comunicación.

 Le recuerdo todo esto para explicarle mi propuesta. Le hablaba más arriba de la pintura como la única de las bellas artes ajena a estos fenómenos. Y creo que ha llegado el momento de hacer pasar por el aro tanto orgullo creador. Para ello creo que habría que elegir una obra singular, relevante y simbólica. Una acción en ella tendría un carácter ejemplar. Y creo haber encontrado el objetivo perfecto: el Guernica picassiano reúne una buena serie de circunstancias que lo hacen especialmente favorable a mi propuesta. En primer lugar es una obra de grandes resonancias míticas, ideológicas, nacionalistas, artísticas e históricas. Además es motivo constante de controversia por todo ello. Por otro lado, su al parecer lamentable estado de conservación, que desaconseja cualquier traslado, fomenta una acción como la que propongo.

 Iré, por fin, al grano. El objeto de mi carta no es otro que el de proponer la digitalización más precisa del Guernica para, a continuación, proceder a trocearlo minuciosamente y vender al mejor postor cada una de las mínimas porciones conseguidas. El cuadro siempre podría ser contemplado en su totalidad virtual gracias a una serie de reproductores de última generación; además, cualquier memoria informática podrá albergarlo, como ya sucede con otros tipos de creaciones. Por último, todos aquellos fanáticos de Picasso y del arte en general, podrán tener en su poder una reliquia de una obra de arte tan afamada.

 Creo que esta acción es no sólo necesaria desde el punto de vista estético y ejemplarizante para todas las artes, que habrán de ser digitales por su mejor paso a la inmortalidad y, con ello, a la perfección, sino que también contribuirá a incrementar la cohesión social, dado que ciudadanos vascos y de todo el Estado podrán disponer de fragmentos de la obra y sentirse unidos en un colectivo o comunidad virto-real de insospechadas características afectivas y sentimentales.

 Creo que esta última argumentación apuntada es muy importante en el proceso de paz que puede vivir Euskadi, dado que cualquier individuo, sea del partido que sea, podrá disfrutar de la tenencia de un fragmento de identidad colectiva real y palpable, lo que es crucial a la hora de construir una nación para todos.

 Asimismo, y por último, me gustaría bosquejar otra razón más para apuntalar mi idea, y es la de la salud de las arcas públicas. Con el dinero que se consiga de la venta del Guernica pueden financiarse proyectos de interés social, como la construcción de más y mejores universidades, patronazgos artísticos y científicos, alfabetización informática de la población o atención a minusválidos, entre otros. Con la importancia creciente de disminuir el déficit público en una economía globalizada como la que vivimos en la Europa de nuestros días.

 Quiero hacerle notar, Sr. Ministro de Cultura, que ofrezco mi tan genial idea sin ningún ánimo de lucro. Aclaro que ni siquiera la tengo registrada. Mi propósito, como ya le anuncié al principio, era del todo punto irreprochablemente leal. Lo único que sí me gustaría es que cada minúscula pieza del Guernica llevara un pequeño microchip a la vuelta donde se incluyeran datos de mi persona y la idea, tal y como se la he expuesto en esta mi carta, de un servidor de usted.

 Sin más, quedo a su entera disposición.

 Muy cordialmente,

Alonso Bachiller

Este texto está incluido en el libro Posibilitatis. un haz de cuentos filosóficos.

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